“Era un día espantoso”, un clásico día del mes de mayo; llovía torrencialmente y hacía mucho frío. Con ese escenario era bastante poco probable que alguien se planteara la idea de ir hasta la gruta de La Aurora. Sin embargo, la necesidad de Dios, de señales de luz cuando todo parece oscurecer y la búsqueda plena y consciente desde la fe hacen que todo aquello que podemos definir como lógico se transforme en muy relativo y, al mismo tiempo, que lo que parece carente de todo sentido tome un valor inconmensurable. La historia de Adriana demuestra, incluso literalmente, que Dios hace brillar el sol aun en medio de la tormenta más intensa y que aquellas señales llegan, en la medida que uno abra su corazón y se disponga a la búsqueda y a recibirlas.
“Padre Pío está conmigo”
Para aquel entonces llevaba varios años luchando contra el cáncer, había ganado varias batallas y también perdió otras cuantas “pero siempre, en todo momento, desde la primera operación” tuvo certeza plena de la presencia del Padre Pío en su vida y esa convicción hace que cualquier prueba sea más llevadera.
“Estaba en plena radioterapia externa, con un tratamiento que era muy agresivo. En ese momento tenía mucho sangrado en intestino y los médicos estaban analizando si me hacían también radioterapia interna”. Estas aplicaciones se hacían necesarias pero la complejidad del cuadro condicionaba a los médicos que tenían opiniones discordantes. Con urgencia Adriana debía decidir si se sometía o no a ese segundo tratamiento. Si no lo hacía la enfermedad continuaría avanzando pero podría suceder
que su cuerpo no resistiera el desarrollo de prácticas tan invasivas. El peso de la definición recaía sobre la paciente que una vez más buscó refugio en el santo de los estigmas.
Desafiando la tormenta, quizás como una especie de simbolismo de lo que en general es la vida, esta mujer salteña (uruguaya) se limitó a escuchar su corazón, se impuso a los cuestionamientos lógicos de la familia e hizo que la llevaran hasta la gruta, en busca de la asistencia de Pío para tomar la trascendente decisión; íntimamente sabía que allí encontraría la respuesta.
«Yo estaba con las defensas bajas por el tratamiento y por supuesto que mi familia no quería que fuera porque tenían miedo de que agarrara una neumonía o algo así. Pero les dije: “el Padre Pío me va a ayudar, no me va a pasar nada. Voy a ir”», recuerda con detalles. La acompañaron su mamá y su esposo, Tony. Recorrieron los casi 10 kilómetros que separan la ciudad de Salto de la Estancia “La Aurora” bajo una intensa tormenta. La firme decisión de Adriana fue escoltada desde el amor y el respeto pero es fácilmente imaginable la preocupación de sus acompañantes ante la eventualidad de una acción que podría comprometer seriamente su ya muy debilitada salud.
Llamativamente, cuando llegaron a la gruta paró de llover. “Todo aquello que llovía, el frío que hacía, todo paró. Llegamos al lugar y salió el sol, fue algo tremendamente emotivo, lo cuento y me emociono. No podíamos creer cuando vimos el sol”, dice entre lágrimas. “Le pedí al Padre Pío que, por favor, me dijera si me hacía o no la radioterapia interna porque los médicos no se ponían de acuerdo. Y bueno, al final sentí algo hermoso, inexplicable. Sentí una voz que me dijo que sí, que me la hiciera que
todo iba a salir bárbaro”, dice llorando.
Efectivamente había conseguido las señales que tanto necesitaba, las que había ido a buscar, y tenía dos testigos privilegiados, pero Pío no ahorró manifestaciones. «Después que salimos de “La Aurora” empezó a llover otra vez, y otra vez de manera torrencial, y volvió el frío»que se había sentido durante el resto del día. No habían dudas: “dije sí, tengo que hacerme la radioterapia interna, Padre Pío está conmigo”. A pesar de las vacilaciones de algunos de sus médicos, se sometió al tratamiento que arrojó buenos resultados.
“Gracias a Dios hoy puedo estar acá, feliz de poder contarles mi testimonio; gracias al Padre Pío que siempre me acompaña, en todo momento me ha ayudado, ha estado conmigo siempre”, expresa llena de gratitud.
El pasillo del Padre Pío
Adriana cuenta que durante muchos años, mientras transitó el proceso de su enfermedad, Pío se manifestaba en su casa a diario y con puntualidad. Tiene un sillón preferido al que volvía “muy escasa de fuerzas después de largas horas de sesiones de
quimioterapia muy agresiva”. Desde allí miraba “a un pasillito” en el que “todos los días, entre las 19:00 y las 19:30, el Padre Pío me hacía una pasadita. Todos los días lo veía”, dice con alegría. Reconoce que por diversas razones “no le decía nada a nadie” pero claramente era imposible disimular la emoción que le provocaba esa manifestación. «La persona o las personas que estaban conmigo me decían: “¿viste al Padre Pío otra vez?” porque mi cara se transformaba», recuerda. “Me daba mucha paz saber que me estaba acompañando, que no estaba sola, a pesar de que siempre tuve a mi familia y a mis amigos, pero verlo, saber que estaba acá, en mi casa,acompañándome, era una tranquilidad enorme”, asume.
“Sepan que se puede salir”
Hoy, después de un largo proceso de dolor que la unió muy íntimamente a la Divinidad, quiere que su mensaje de fe “llegue a todos” pero especialmente “a la gente que tiene cáncer, para que luche y sepa que se puede salir; que con mucha fe y apoyándose en alguien, como yo me apoyé en Padre Pío que es mi intercesor ante Dios, Jesús la Virgen, se puede salir. Yo soy un ejemplo de eso, después de más de 12 años de luchar contra el cáncer aquí estoy, contando mi testimonio para que sirva e inspire a otros”, enfatiza Adriana.
Foto de portada: Adriana y Tony, llenos de gratitud y emoción junto a la estatua de Pío, en la gruta de “La Aurora”. Imagen aportada por la entrevistada.